¡Sí, soy gruñona, pero a veces justa!

¡Lo confieso! Sí, a veces, aunque mi cara diga lo contrario, puedo ser una «sangre chinche», puedo caer mal o parecer una cascarrabias y poner cara de pocos amigos. A pesar de eso, generalmente no soy de las que le quita la calificación a un alumno así sea un flojo confeso. Sólo he puesto un cero sin remordimiento en un caso de plagio descarado.

Sí, también lo admito, de vez en cuando se me revuelve el apellido. Odio que me interrumpan la clase, pero mucho más cuando lo hacen sin tocar la puerta ni pedir permiso para hablar con la amiga que está en clase.

Y sí, me hierve la sangre cuando estoy explicando la clase y a la par se escuchan murmullos y risitas. ¡Coño! Es que la primaria no hizo mella en ellos. Las normas del buen hablante y el buen oyente son casi que plana obligada, porque si les digo que les voy a mandar a leer el Manual de Carreño se quedan en las mismas, porque no saben qué es eso.

Pero a la par de todo, mi carácter o mi fachada de gruñona y de ogra, he ayudado a muchos de mis alumnos no a que se acostumbren a ser irresponsables, sino a darse cuenta de que son buenos y que pueden cumplir con las exigencias del tema…

Recuerdo un caso de un chico de esos lindos con gelatina en el cabello, o gorrita y pantalones que arrastran, de esos que son cool. El niño lindo faltaba mucho pero casi que a la mitad de la materia se dio cuenta que así él fuese cool no iba a pasar… así que se me acercó y yo «aja, pero no tienes excusa, solo te queda echarle pichón».

El chico se fajó para el último trabajo y para su defensa, y fue uno de los pocos que me hizo un análisis brillante, que se leyó el libro y que además se intereso en el tema. Y le puse la nota y paso en la raya, pero a la par le dije, «¿ves?, tú eres bueno, tú puedes hacer más por ti, no pierdas tiempo ni dinero, hay un tiempo para todo, no desperdicies tu talento».

Yo puedo ayudar en cierta forma pero al final es el alumno quien se tiene que ayudar a si mismo… yo no puedo obligarlo a interesarse.

Sí, soy una ogra cascarrabias, pero eso no interviene a la hora de ser justa o de poder comprender los problemas de mis estudiantes.

Pero viene la otra parte, y allí me bloqueo, cuando los alumnos son irrespetuosos, agresivos y contestones… allí no caigo en las mismas, simplemente dejo de ser un pan de Dios. No trajo el trabajo: «lo siento pero no hay oportunidad». No vine: «lo siento, te pongo la inasistencia y perdiste la evaluación». Profe, que no me mando las láminas: «lo siento pero tendrás que investigar por tu cuenta»…

No es que me vuelvo mala. Solo me limito a dar clases, aclarar dudas y a evaluar… dejo de dar facilidades y de ser una amiga. Simplemente soy la profesora y al salir de clase me olvido de ellos. Así tengo un grupo, que cree que por fastidiarme, cantar en clases y ser unos malandros me van a sacar de mis casillas. En ese sentido soy más inteligente y les tomo la delantera, solo voy a ser su profesora. Se acabaron las ayudas por correo, el intercambio de láminas, y la prórroga para las evaluaciones… simplemente porque no se lo merecen.

Soy una cascarrabias, a veces justa y a veces simplemente una profesora.


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